martes, 8 de marzo de 2016

DÍA INTERNACIONAL DE LA MUJER






Día Internacional de la Mujer
         8 de marzo

El Día Internacional de la Mujer es una fecha que se celebra en muchos países del mundo. Cuando las mujeres de todos los continentes, a menudo separadas por fronteras nacionales y diferencias étnicas, lingüísticas, culturales, económicas y políticas, se unen para celebrar su día, pueden contemplar una tradición de no menos de noventa años de lucha en pro de la igualdad, la justicia, la paz y el desarrollo.

El Día Internacional de la Mujer se refiere a las mujeres corrientes como artífices de la historia y hunde sus raíces en la lucha plurisecular de la mujer por participar en la sociedad en pie de igualdad con el hombre.

1975 Coincidiendo con el Año Internacional de la Mujer, las Naciones Unidas celebraron el Día Internacional de la Mujer por primera vez, el 8 de marzo.


 Te dejamos este vídeo del cuento de Adela Turín "Una feliz   catástrofe".
Lo vemos y reflexionamos. 


Y también podemos leerlo.




UNA FELIZ CATÁSTROFE
Adela Turín y Nella Bosnia
Editorial Lumen


Antes de la catástrofe, la familia Ratón vivía en una modesta
madriguera, entre la cocina y la alacena, en una lujosa casa de un
barrio elegante.
El señor Ratón era un hermoso ratón y estaba orgulloso de sus
bigotes y su buena voz. La señora Flora Ratón, dócil y obediente,
tenía la madriguera ordenada, y a sus niños – Teddy y Toby- y a
sus niñas – Nancy, Nora, Nelly, Nuri, Nanette, y Nina- lim
pios y
aseados.
Antes de la catástrofe, los días eran aburridos en Casa Ratón, y
terminaban siempre con una cena suculenta, que había tenido a la
señora Ratón atareada durante toda la tarde. 
El señor Ratón era amante de la buena mesa.
Los niños admiraban sus bigotes y lo listísimo que era, cuando, con
aires de importancia, probaba la sopa y decía: “Flora, aquí falta un
poco de perejil picado, añadido en el último momento y un chorrito
de aceite de nuez”.
Después de la cena, el señor Ratón les contaba a los niños sus
aventuras de juventud. Las pirámides en las que nunca había entrado el hombre pero que eran visitadas a diario por el señor
Ratón. Las bodegas de los barcos piratas, en las que el señor Ratón había dado varias veces la vuelta al mundo. Y aquella vez en la mezquita de Estambul. Y los primeros pasos por la luna escondida en la bota del astronauta Armstrong. Y aquella historia con el gato atigrado en la Ópera de París.
No era que la señora Flora se aburriese. Ni mucho menos que
conociera ya todas las historias del señor Ratón (¡si cada noche
había una nueva!). Pero cuando se hacía tarde, tenía que levantarse de puntillas y empezar a recoger la mesa. Y si se caía la tapa de un puchero, el señor Ratón se interrumpía con aire resignado, y los niños decían: “¡mamá, ten cuidado! ¡Está hablando papá!”
El señor Ratón era presidente honorario de la OPEDRAM (Oficina
para el Desarme de las Ratoneras de Muelle). La Opedram era una
sociedad que no vendía nada, no compraba nada y no producía
nada. Y como los hombres habían inventado otras maneras para
acabar con los ratones y nadie usaba ya ratoneras a muelle, desarmarlas no daba mucho trabajo.
Antes de la catástrofe, el señor Ratón salía todas las mañanas hacia su oficina nervioso y con prisas, porque decía que estaba llegando tarde. (La oficina estaba en una madriguera del segundo
piso de la casa.) Y todas las tardes, antes de la catástrofe, volvía
cansado y preocupado. La señora Flora le preguntaba “¿Cómo va el
trabajo? y él respondía con un gruñido. La verdad era que el señor
Ratón estaba cansado. Quería tranquilidad, quería su periódico, sus
zapatillas, oír las noticias en la radio, quería orden, calma, los niños
quietos, un aperitivo, un cigarrillo. Y la cena.

Y la vida seguía en casa Ratón. Por la noche los niños soñaban en
las prodigiosas aventuras del señor Ratón, y se dormían pensando
“mi papá es un tipo estupendo”
Pero entonces se produjo la catástrofe. Lo inesperado. Lo indecible.
Toda el agua el mundo se metió en la madriguera. Se había roto
una tubería, y en unos segundos el hogar de la familia Ratón quedó
destruido y a la deriva. Se asustaron muchísimo. Pero ¿dónde
estaba papá? Papá estaba en la Opedram.
Y señora Flora tuvo que organizar sola el salvamento de los ocho
niños.
Una hora después se habían refugiado todos en el cajón de un
viejo armario arrinconado en el desván. Y aquella misma noche
habían improvisado unas camas para los niños y la sopa estaba
puesta al fuego.
El señor Ratón llegó muy tarde. Había encontrado la madriguera
inundada. Y había buscado a su familia por toda la casa. Se había
llevado un susto terrible. Le habían guardado un poco de sopa y se
la comió en silencio. Aquella noche nada de radio, nada de periódico, nada de aperitivo y nada de zapatillas.
Y después la vida se volvió a organizar dentro del cajón. Pero todo
era distinto. Como no tenía pucheros, ni sartenes, ni olla a presión
ni espaguetis, la señora Flora se dedicó a explorar los alrededores
en busca de una nueva madriguera. Seguida de los niños, hacía
unas expediciones cada vez más largas. Después se aventuró a
salir del desván y siguió explorando la casa.

Eran aventuras de verdad. Encontraban perros y gatos, entraban y
salían de cestos y de cajas, subían y bajaban escaleras, descubrían
cartas viejas y juguetes rotos, comían y bebían lo que encontraban.
De regreso en el cajón, los niños comentaban excitadísimos las
aventuras de la jornada. Se estaban divirtiendo como nunca.
En un cesto lleno de juguetes habían encontrado una guitarra y la
llevaron al cajón. La señora Flora compró inmediatamente el
“Manual de guitarrista moderno” y en tres días Nuri y Nelly
aprendieron a tocar bastante bien la guitarra. Toby y Teddy
descubrieron que tenían buena voz. Y del cajón empezaron a salir
los ecos de conciertos y canciones.
A la vuelta de la Opedram, el señor Ratón encontraba a sus hijos
tan excitados que renunció a que se estuvieran quietos. Renunció
también a la radio, porque ahora, las canciones y la guitarra
sonaban fuerte, y renunció a las zapatillas, que se habían perdido
en la catástrofe. Pero no quería renunciar a la buena sopa. Y puso
manos a la obra.
Hizo pruebas y más pruebas, y tardó en conseguir que le saliera
como a la señora Flora. Pero, cuando lo logró, fue todo un éxito. Y
a partir de entonces el señor Ratón hablaba y no paraba sobre sus
proezas culinarias. Y los niños mayores movían sonriendo la
cabeza y murmuraban: ¡el bueno de papá, siempre con sus
historias!
 

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