CAPERUCITA
CAMINA SOLA
Esta es la historia de una niña a quien llaman Caperucita
porque lleva una caperuza de terciopelo rojo que le ha hecho su abuela.
Caperucita tiene nueve años, dos piernas fuertes, dos ojos atentos y un corazón
que late. Sabe leer, escribir, saltar a la comba, pedalear y navegar por
internet, pero al igual que le sucede a la mayoría de niñas y niños de su edad,
nunca la dejan salir sola de casa.
Sus padres dicen que la ciudad es un lugar muy peligroso y
no le permiten jugar en la calle ni ir al colegio por su cuenta. Va siempre de
la mano, no se detiene a contar baldosas, ni se aparta del camino y, cuando
juega en el parque, lo hace bajo la mirada vigilante de una persona mayor.
CAPERUCITA, CAPERUCITA, ¿DÓNDE ESTÁS?
Caperucita está en casa con su mamá, no sabemos si está
frente al ordenador, viendo la tele o haciendo los deberes. Lo que sí sabemos
es que pasa horas y horas sentada en una silla o tumbada en el sofá y que, al
caer la tarde, está nerviosa e irritable.
Su cuerpo le grita que necesita moverse para crecer feliz y
que las acrobáticas aventuras de los videojuegos no le sirven para desarrollar
su propia fuerza, flexibilizar sus músculos o desfogar toda su energía.
SUENA EL TELÉFONO
El teléfono suena y Caperucita corre a cogerlo esperando oír
a alguno de sus amigos. Esta vez quien llama es la abuela que se ha puesto
enferma y necesita que alguien vaya a hacerle compañía.
Caperucita se ofrece rápidamente para ir en su ayuda,
insiste en que ya es mayor y le muestra a su madre que ya le llega por la
barbilla. La mamá de Caperucita, con dudas en la cabeza y miedos en el corazón,
saca una cesta del armario y lentamente empieza a elegir algunos alimentos...
¿Se atreverá a dejar a su hija salir sola de casa por primera vez?
CAPERUCITA EN LA CIUDAD
Caperucita camina muy atenta, ha ido muchas veces a casa de
su abuela, pero nunca sola, y hoy duda de cuál es el camino correcto. Hace no
mucho tiempo, los niños y las niñas se movían solos y conocían palmo a palmo su
ciudad. De hecho, cuando el papá y la mamá de Caperucita eran pequeños, todos
jugaban en las calles hasta la hora de la cena e iban por su cuenta al colegio.
Nadie sabe explicar muy bien cómo sucedió: si fueron primero
los coches los que empezaron a devorar el espacio o si fue que la ciudad dio un
estirón y quedó sólo para los gigantes. Lo cierto es que ahora, al mirar las
calles sin niños, cualquiera pensaría que el flautista de Hamelín se los ha
llevado muy lejos...
Menos mal que Caperucita se encuentra con personas amables
que le indican cómo llegar a casa de la abuela.
EL COCHE FEROZ
Caperucita, que ha ido a clase de educación vial y conoce
las normas de circulación y las señales
de tráfico, también sabe que no se puede fiar de los semáforos en verde ni de
los pasos de peatones. Por eso camina muy atenta, por si aparece el coche
feroz.
Al doblar una esquina, encuentra aparcado el coche nuevo de
la abuela y se queda fascinada mirando el interior del modernísimo vehículo.
¡Guau!, ¡qué sillones
tan cómodos tiene!
Para abrazarte mejor.
¡Y qué frenos tan
potentes!
Para correr y apurar
mejor.
Incluso.... incluso
¡tiene tele!
Para entretenerte
mejor.
Menudos airbags y
menudas puertas con protección lateral
y cristales tintados... ¡
¡¡Para aislarte
mejor!!
Caperucita, que se ha dado cuenta de que los coches pueden
devorar la ciudad y asustar y arrinconar a niñas y niños, decide seguir
caminando y llegar con sus dos piernas fuertes a casa de la abuela.
CAPERUCITA CAMINA EN COMPAÑÍA
Caperucita oye las campanadas del reloj de cuco de la abuela
y sabe que ya es hora de volver a casa. Le da un abrazo fuerte, se ajusta bien
la caperuza y sale al fresco de la tarde.
Un perro negro y flaco la sigue todo el camino. Cerca de
casa, reconoce a Mateo y a Berta que juegan al escondite y decide ir de puntillas
para darles un buen susto. Pero el saludo del cartero la delata y sus amigos la
descubren: “¡Hola, Caperucita! ¿juegas con nosotros?” Hoy no puede quedarse,
quiere llegar a casa pronto para poder contarle a su madre todas sus aventuras
y para enseñarle al perro negro y flaco que le sonríe.
Y colorín colorado, este cuento... continúa en todas
aquellas calles, plazas y espacios de la ciudad donde hay niños y niñas con
corazones que laten, ojos atentos, piernas fuertes y ganas de jugar.